. Ohlalá
Georgina Sticco, cofundadora de Grow, Género y Trabajo, analiza dos casos de violencia de género que conmocionan el mundo hoy. Propone herramientas para prevenir violencias y cómo actuar cada quien desde los espacios que ocupa.
Hace unas semanas que el mundo está conmocionado por dos hechos de violencia de género. Por un lado, en Francia, Giséle Pélicot fue violada y abusada sexualmente, mientras ella estaba inconsciente, por su marido y más de 90 hombres, durante 10 años. Además, de cada 10 hombres que su marido contactaba, al menos 3 se negaban. Ninguno lo denunció.
Por otro lado, en Kenia, la maratonista ugandesa Rebecca Cheptegei, que compitió en París 2024, fue atacada con fuego por su expareja y murió días después.
Estas situaciones son el extremo de la violencia de género, violencia que se dirige a mujeres y a personas de otras identidades por el solo hecho de tener una identidad de género diferente a la del hombre. Es una violencia basada en las relaciones de poder que existen en la sociedad, que naturalizan una posición de desventaja de las mujeres. La negación al voto, o a la educación, o el acceso a determinados trabajos se basa en esta violencia: en la creencia que el lugar de la mujer es el ámbito privado, la casa.
La violencia de género se identifica como una violencia particular porque está sostenida por millones de mensajes que consumimos diariamente. Estos mensajes van desde un video en una red social, como lo que escuchamos en la radio o lo que presenta un funcionario público. Lamentablemente, algunas personas con acceso a micrófonos contribuyen a naturalizar esta violencia y a deslegitimarla. ¿Cómo lo hacen? Cuando niegan su existencia, diciendo que “todas las personas sufren violencia”, o cuando dicen “la identidad de género es un invento” o “el feminismo es un negocio”.
Por supuesto que es clave quién dice el mensaje. Si una persona con poder y alta tasa de seguidores hace una referencia como “las mujeres solo saben competir entre ellas”, este mensaje tiene una posibilidad de incidencia muchísimo mayor que si solo tuviera 10 seguidores. En este sentido es clave reflexionar sobre la responsabilidad de quienes comunican, independientemente de si se es deportista, músico o si se ocupa un cargo público.
Desde nuestro lugar, todos y todas podemos hacer algo para eliminar esta violencia. Y el primer paso es prestar atención a nuestro entorno: ya no podemos dejar pasar el chiste que dice alguien en un chat, o que escuchamos en el espacio de trabajo. Callar es dar por entendido que estamos de acuerdo con ese comentario.
Y la verdad es que nunca sabemos en qué se puede convertir ese chiste. ¿En qué momento llega alguien que puede ejecutar algo más violento? En el caso de Francia, más allá de la actitud atroz del marido, lo que nos queda como duda y reflexión social es cómo ninguno de los hombres que fue contactado para ser parte de esto nunca lo denunció. ¿Qué fue lo que hizo que siguieran callados?
Cuando quienes estamos activamente luchando por la eliminación de la violencia de género hacemos comentarios sobre el mensaje de una película, o sobre una publicidad, no es que estamos exagerando, sino que cada mensaje aporta a la construcción de la misma idea: los varones tienen permitido expresar sus sentimientos de enojo a través de la violencia, lo que no significa que todos lo hagan.
En Grow-género y trabajo estamos convencidas de que si deseamos que las violencias sean parte de nuestro pasado pero no de nuestro futuro es necesario realizar un esfuerzo colectivo. Tanto desde las familias, como desde la escuela o los espacios de trabajo, es importante generar espacios de diálogo que nos permitan identificar el problema y resolverlo.