Por Lucho Fabbri
El mundo está atravesando tiempos convulsionados y el ascenso al poder de gobiernos de derecha está sacudiendo las democracias occidentales y sus agendas políticas a nivel internacional y doméstico. En relación a nuestra agenda, encontramos un énfasis en la intención de desmantelar las iniciativas asociadas a las políticas de Género en las áreas de Gobiernos Públicos, y de desprestigiar la agenda de Diversidad, Equidad e Inclusión en el sector corporativo. Para hacerlo, se reduce estos temas, así como la conciencia socio-ambiental, racial y migratoria, al “Wokismo” o “Ideología de Género”.
Por un lado, el término “Woke” (derivado de Stay Awake, Mantente despierto) tiene casi 100 años y surge de las luchas afroamericanas contra las injusticias raciales. En ésta última década fue reinterpretado peyorativamente por sectores conservadores, asociándolo a la imposición de una corrección política que cancelaría la libre expresión de quienes se oponen a la búsqueda de justicia de género, racial y socio-ambiental.
De manera análoga y complementaria se apela el término “Ideología de Género”, acuñado a mediados de los 90 por sectores de la Iglesia Católica, en reacción y oposición a concepciones no tradicionales de la familia, la sexualidad y la reproducción. Esta construcción discursiva tiene el objetivo de:
- Identificar un enemigo (por ejemplo, las mujeres feministas).
- Promover la idea que los grupos minoritarios buscan privilegios en detrimento de los hombres.
- Instalar el mito de que la igualdad ante la ley es todo lo que necesita para asegurar la igualdad.
Con la promoción de este concepto buscan desprestigiar toda agenda motivada por generar sociedades y ámbitos laborales más justos, equitativos, inclusivos y libres de violencias.
La igualdad ante la ley y el mito del campo de juego equilibrado
Uno de los argumentos preferidos de los detractores de la agenda DEI y de género es que vulnera el principio de “igualdad ante la ley”, constitutivo de las democracias liberales modernas. Aunque valioso en el reconocimiento del estatus legal de igualdad entre las personas, este principio es insuficiente para garantizar la igualdad sustantiva, material y efectiva.
Los datos relevados a lo largo de los últimos 50 años demuestran que para existir la igualdad sustantiva, deben implementarse medidas complementarias orientadas a revertir desigualdades estructurales y exclusiones históricas que afectan a poblaciones marginalizadas, sean por razones de género, orientación sexual, raza, generación o discapacidad, entre otras posibles.
Quiénes apelan a este principio, declarando el carácter distorsivo o redundante de medidas de acción afirmativa o discriminación positiva, saben que conecta con sentidos comunes extendidos entre la población. Por un lado, con el deseo de muchas mujeres de ser reconocidas igualmente idóneas que los hombres, que perciben que estas medidas las muestran menos aptas para competir en condiciones de igualdad. Sin embargo, las acciones afirmativas no ponen en duda las capacidades de las mujeres, sino que visibilizan que existen infinidad de obstáculos y sesgos para que tengan iguales oportunidades de demostrar sus incuestionables capacidades (desde sesgos en los procesos de reclutamiento, ausencia de políticas para conciliar trabajos, crianza y cuidados, límites para el ascenso y desarrollo de carreras, etc).
Por otro lado, nos encontramos con las resistencias de los hombres a estas medidas, ya no porque sientan que relativiza sus competencias para ocupar determinados puestos por su propio mérito, sino porque sienten que aquello que esas poblaciones subrepresentadas adquieren, es en su detrimento, o peor aún, que les pertenece y es expropiado.
Esto se debe a que muchas personas creen vivir en un campo de juego plano, equilibrado, donde toda persona tiene las mismas oportunidades, donde alcanza con ser iguales ante la ley. De esta manera, no sólo no perciben que la vida les ha ubicado en posiciones ventajosas, sino además, percibe, a las medidas para compensar esos desequilibrios como discriminaciones inversas, que inclinan el campo de juego en su contra.
En este sentido, es muy frecuente que se cuestione la idoneidad de esas poblaciones priorizadas por las acciones afirmativas, pero rara vez se aplica este cuestionamiento sobre sí mismos o sus congéneres.
INMEJORABLE OPORTUNIDAD: sumar a los hombres como mejores aliados
Desde Grow- género y trabajo tenemos hace años el compromiso de sumar a los hombres a esta conversación – por ejemplo, creando el Programa Hombres Trabajando(se) -, pero es cierto que las Políticas de Género en general y de Diversidad, Equidad e Inclusión en particular, aún no han logrado involucrar activamente a los hombres en la comprensión, adhesión y movilización de esta agenda.
Que los gobiernos y empresas no implementen políticas orientadas al cuidado y atención de la salud integral, mental y laboral de los hombres, que estos no cuenten con licencias de paternidad (o incluso, no las perciban como parte de esta agenda cuando cuentan con ellas), son tan solo la punta del iceberg del fenómeno al que aludimos. Esta omisión de los hombres como sujetos de género abona a una sensación de exclusión, de exterioridad, que la percibe como amenaza, abriendo camino a su adhesión a los discursos y medidas que van contra las mismas.
Esta agenda precisa, en este contexto más que nunca, de hombres aliados que empujen estos debates y defiendan estas acciones. Y los hombres precisan de organizaciones que apuesten a su efectivo involucramiento, decididas a convertir las resistencias en oportunidades. Sobre todo y fundamentalmente, en aquellos espacios de trabajo dominados por hombres, donde la igualdad ante la ley no ha sido suficiente para que las mujeres ingresen en ellos en condiciones equitativas.
A todos aquellos hombres que hace tiempo reclaman su rol en la agenda de género y DEI, éste es el momento de convertirse en mejores aliados.