La cultura del acoso
Por Milena D’Atri, Georgina Sticco, Marisol Andrés, Talia Szulewicz y Kathrin Ecke
Esta semana Thelma Fardín, apoyada por el colectivo Actrices Argentinas, denunció públicamente (y penalmente en Nicaragua) a Juan Darthés por haberla violado cuando tenía 16 años. Como sociedad nos interpela y nos moviliza este suceso.
Desde Grow, organización comprometida en trabajar por un mundo más justo e igualitario, sin violencias ni desigualdades de género, nos conmueve ver grupos de mujeres que dicen basta a la impunidad de abusos y violaciones.
Esta no es la primer denuncia contra este actor. No es la primer denuncia mediática contra actores o productores de televisión o cine. A partir del #MeToo a fines de 2017, comenzaron a visibilizarse situaciones de acoso, maltrato y hasta violaciones. Desde las líneas 144 y 137 anunciaron que las llamadas están aumentando exponencialmente, tanto por violencia de género como por abuso infantil.
Estamos ante un quiebre de paradigma: frente a una sociedad que avala estas violencias -así como tantas otras- las mujeres estamos diciendo basta. No tenemos en claro cuáles serán las nuevas reglas, las nuevas formas de vincularnos, pero sabemos que así no seguiremos. Tenemos la responsabilidad, como sociedad, como personas individuales y como parte de instituciones, de frenar las violencias que nos rodean. Tenemos el desafío de pensar y crear nuevas formas, de re-construirnos.
En particular, en el caso que nos conmueve hoy, tenemos que resaltar que la situación sucedió en un ámbito laboral y por lo tanto también debemos preguntarnos cuál es la responsabilidad institucional. ¿Qué protección le daban a los menores que viajaban en las giras? ¿Cuáles fueron los canales de contención? ¿Quién velaba por los Derechos de los y las niños, niñas y adolescentes?
Las instituciones deben comprometerse y asumir su rol. Sea una empresa, una universidad, un organización social, una productora de contenidos, espacios gubernamentales o una empresa de tecnología. Cualquier institución debe velar por los derechos de las personas con las que se relaciona, sean empleadas, contratadas, clientes o proveedores. Deben definir procesos y estructuras para prevenir y sancionar este tipo de comportamientos, adoptar protocolos contra la violencia de género para proteger y dar respuesta a las víctimas. Pero no se trata de cumplir con un check list.
No basta con instalar protocolos. Los personas con mayor responsabilidad dentro de las organizaciones deben liderar un proceso de cambio cultural que apunte tanto a lo macro, como lo micro. Es necesario que se genere un trabajo intersubjetivo, cada institución es única y debe conocerse para generar las mejores medidas.
Hoy la pregunta que nos queda es qué vamos a hacer para asegurar que esto no vuelva a pasar.
Para reconstruir nuestros vínculos es fundamental que los varones renuncien al privilegio que les fue concedido por la desigualdad estructural imperante en nuestra sociedad. Las relaciones asimétricas de poder entre los géneros tienen consecuencias concretas muy injustas.
Les pedimos a los varones que rompan con la complicidad de su grupo, es decir, dejen de avalar los chistes, los comentarios, las miradas inapropiadas, los abusos y las violaciones de aquellos que los rodean. No lo toleren más, ni en el grupo de whatsapp, ni en la salida del fin de semana, ni en el encuentro de futbol, ni en la reunión de trabajo. Sabemos que es incómodo y muchas veces doloroso, pero es necesario.
El silencio nos convierte en cómplices. Todos somos responsables.
En este caso nos indignamos porque fue una violación. Pero deberíamos indignarnos también con menos. Tenemos que dejar de tolerar los maltratos, los desprecios, las humillaciones, para que no sea necesario llegar a una situación tan extrema para que toda la sociedad salga a gritar basta.