En Argentina, las principales industrias reproducen la histórica división sexual del trabajo que asigna roles según estereotipos de género construidos culturalmente. En este sentido, las empresas empleadoras aún hoy muestran sesgos al momento de contratar personal, lo que impacta en el acceso que las mujeres pueden tener a puestos que son mejor remunerados.
Así, en los trabajos asociados a la fuerza y a la masculinidad, predominan los varones. Según EPH-Indec (2º trimestre 2019) la actividad que registra mayor tasa de masculinidad es la construcción, con aproximadamente treinta varones por cada mujer empleada. Le siguen la minería y el transporte.
Por su parte, las mujeres son mayoría en los servicios de casas particulares, con una relación de cuarenta mujeres por cada varón empleado en el rubro. Otras actividades con más de una mujer por cada varón son enseñanza y salud. Estos sectores no solo son los de menores ingresos, sino que además, extienden al ámbito laboral los roles de cuidado que suelen recaer sobre las mujeres en sus hogares.
Mitos. Si todavía existen industrias tan masculinizadas es porque se combinan distintos factores que contribuyen a mantener el status quo. En primer lugar, se considera que la incorporación de personal femenino puede afectar la dinámica grupal. Además, persiste lo que se denomina “congruencia de rol” que son preferencias de género para cubrir determinadas áreas, tareas y posiciones.
En segundo lugar, una serie de prohibiciones legales aún vigentes inciden en la contratación de mujeres en determinados sectores. De acuerdo a la Ley 20.744/1976 está prohibido ocuparlas en “trabajos que revistan carácter penoso, peligroso o insalubre”. Además, según la Ley 11.317/1924 no pueden trabajar en carga o descarga de navíos, como maquinistas, y “en el expendio de bebidas alcohólicas”, entre otras.
Por último, la construcción cultural de los roles de género hace muy poco probable que las personas se postulen a actividades que no son las tradicionalmente asociadas a su género, si no reciben un estímulo externo. Esto es, sin políticas públicas que las convoquen a ocupar posiciones diferentes, y sin empresas sensibilizadas en género y diversidad, es muy difícil que se mueva la aguja.
Roles. A partir de la experiencia de Grow trabajando en industrias masculinizadas podemos afirmar que una transformación cultural destinada a conseguir mayor igualdad en el mercado laboral solo es posible si las instituciones transversalizan el enfoque de género en todas sus prácticas, procesos, productos y servicios.
Es necesario entonces analizar el impacto de género que cada decisión tomada puede tener. Las empresas deben trabajar en erradicar los sesgos en sus procesos de contratación y promoción, en generar ambientes que no sean hostiles para las mujeres y en adecuar su infraestructura. Por su parte, el Estado debe estimular la deconstrucción de roles de género desde la primera infancia, con un sistema educativo diverso e inclusivo.