. Ámbito
A 14 años de la sanción de la ley, sigue siendo el orgullo de ser quien cada quien sea, un orgullo que busca iluminar todos los rincones oscuros que dejó la vergüenza para existir.
A 14 años de la sanción del matrimonio igualitario, desde Grow- género y trabajo reflexionamos sobre los desafíos pendientes para la verdadera inclusión de la diversidad.
El reconocimiento legal de parejas no heterosexuales es una pieza fundamental en el camino de salida de las “ciudadanías de segunda” de la comunidad LGBTI.
Este término busca poner en debate el impacto en el costo de vida, de acceso a derechos, de acceso a oportunidades que pueden tener la sexualidad y las identidades de género. Un paso más allá de la descriminalización o despatologización de la homosexualidad, el matrimonio universal abre la puerta al reconocimiento estatal.
Así también, cuestiona la heterosexualidad como único destino posible, en la búsqueda de deconstruir la idea de familia y pareja, como una posibilidad igualitaria, y ya no como patrimonio de un tipo de vínculos únicamente.
La vergüenza, el mecanismo más sutil y universal
Aún con ese marco legal, quedan aún hoy muchos desafíos pendientes, los cuales se han profundizado aún más en los últimos tiempos con el crecimiento de discursos de odio, violentos y discriminatorios hacia la comunidad LGBTI+. Aún cuando no reproducimos necesariamente esas mismas ideas, se nos corre la cancha, y se agudizan las prácticas discriminatorias no necesariamente intencionales pero sí dañinas. Hay que decir también que aumentó el riesgo de ser atacado en la calle o incluso asesinado mientras dormís, como sucedió hace poco con tres lesbianas en el barrio de Barracas.
El mecanismo más sutil y universal que se utiliza para la exclusión de la diversidad sexogenérica es la vergüenza. Esta sensación o emoción es generada socialmente, se manifiesta en pequeñas frases o pensamientos, en general con la intención de circunscribir las vivencias LGBTI+ al espacio íntimo, para que no se vean. El problema, seguramente, no sea el amor o el romance en abstracto, sino que se note, que dispute el espacio público e institucional con los besos heterosexuales.
La vergüenza como práctica social también se ejerce dentro de los espacios de trabajo. Con los tradicionales chistes en espacios distendidos, con códigos de vestimenta que universalizan las vivencias de género, con la falta de licencias homoparentales, con la falta de registros no binarios, entre muchas otras cuestiones.
En materia laboral, la orientación sexual sigue siendo motivo de discriminación. Según un informe realizado por Grow-género y trabajo junto al proyecto regional FESMINISMOS de la Fundación Friedrich Ebert (FES), en América Latina y el Caribe, de las personas no heterosexuales, el 82% de las mujeres y el 72% de los varones sufrieron violencia laboral. (FES región).
Y de acuerdo a un relevamiento hecho por Grow-género y trabajo sobre violencia simbólica, el 71% de las personas respondió haber presenciado bromas por orientación sexo-afectiva en los espacios de trabajo (Grow- género y trabajo, 2022).
Nuestro trabajo: un programa integral de transformación cultural
Para traer a la conciencia estas conductas y prácticas institucionales, desde Grow- género y trabajo preguntamos “¿Quién puso este armario en mi oficina?” a modo de provocación para pensar por qué las personas LGBTI+ aún en 2024 siguen necesitando de las máscaras y los clóset. Se trata de un programa integral de transformación cultural, que indaga sobre las políticas, pero sobre todo ofrece herramientas de sensibilización y transformación.
Nuestra respuesta, 14 años después de una victoria ejemplar, sigue siendo el orgullo de ser quien cada quien sea, un orgullo que busca iluminar todos los rincones oscuros que dejó la vergüenza para existir, un orgullo comunitario y social. Y en particular, el orgullo de aportar vivencias diversas a espacios de trabajo más celebratorios e inclusivos.